Esta historia comenzó hace unos días, o quizás no, puede que empezara hace muchos años, cuando conocí a uno de los protagonistas o al protagonista principal de esta historia, por su gran relación con el mundo de la montaña y de la escalada, y con el que tanto he aprendido no solo yo, sino muchos de los amantes de este deporte.
Ahora estoy sentado escribiendo y con una mezcla de satisfacción, ese cansancio después del esfuerzo, y una pena por tener que vivir situaciones como las que hoy hemos vivido.
Y no pena por una persona en concreto, sino por una situación que sí que afecta a una persona y a una familia.
Como decía, el protagonista de este día. Siempre ha tenido mucha y muy buena relación con la montaña, la escalada, la bici de montaña… bueno, con todo lo relacionado con el deporte de montaña, pero por circunstancias de la vida, las cosas se tuercen, o simplemente te llevan a donde nadie queremos llegar, ni que lleguen personas de nuestro entorno más cercano.
Tampoco creo que sea pena lo que se mezcla con otros sentimientos, pero si mucha rabia porque aunque tampoco tengo nada que hacer, no puedo, ni yo ni nadie, hacer nada. Simplemente, estar cerca, compartir días como el de hoy en la montaña, dar, aunque solo sea un día de respiro, de ilusión, de cambio en la rutina diaria de una persona enferma que ve como ha cambiado su vida de forma radical.
Tampoco es pena por ver su estado, porque no soy nadie para decir si es buen estado o malo. Simplemente, es distinto, muy distinto.
Rabia por no haber estado antes cerca, haber podido disfrutar de la montaña con él y su familia en otras condiciones algo mejores, donde hubiéramos podido hablar más tiempo, con más tranquilidad. Reflexionar de las cosas más insignificantes de la vida, recordar tiempos pasados…
Aun así nos hemos mirado y yo creo que con esa mirada nos hemos dicho muchas cosas. Nos hemos abrazado, yo con un gran nudo en la garganta que todavía tengo. Con toda esa rabia acumulada y con la sensación de ser un pequeño, muy pequeño eslabón en una cadena que mueve algo, no sé muy bien el que, para pelear día a día, levantarse, hacer sus ejercicios de rehabilitación, alimentarse, aguantar, ver y sentir algo que nunca imaginaba que pudiera sentir.
Pero una vez más siento esa fuerza especial muy cerca. Esa fuerza que el ser humano desarrolla en los momentos más críticos y que te hacen superarte aun estando en las situaciones más delicadas.
Y esa fuerza no es algo innato de una persona o de un grupo de personas. Yo creo que es algo que surge cuando de verdad te importan las personas. Me da igual que sea tu padre, tu hijo, tu amigo, o el familiar de tu amigo.
Son cosas que solo la buena gente desarrolla y que se manifiestan de forma espontánea cuando hay una llamada.
Y me refiero al grupo que hoy ha hecho posible que nuestro protagonista volviera al monte, un monte que según sus palabras no imaginaba que podría volver a pisar. El Aratz (1443 m) ni más ni menos
Un grupo de personas que primero han propuesto cumplir este reto, lo han organizado y han llamado a otras buenas personas para que ayudaran, participaran y lo vivieran.
Daba igual si nos conocíamos o no, o si conocían al protagonista, la cosa es que todos y todas tirábamos y empujábamos de una silla cargada de ilusión, desesperación en algunos momentos y un montón de alegría por completar el reto.
Siempre digo que aprendo de lo malo de cada persona y me alimento de lo bueno. Hoy puedo asegurar que me he dado un atracón.
He vuelto con el corazón más blando que de costumbre. He visto como a pesar de muchas cosas a priori malas, hemos “volado” dirección a lo que era un sueño en forma de montaña. Por unos momentos el entorno estaba lleno de ilusión, de esperanza, de alegría, de esfuerzo, sudor y por lo que a mí respecta, lágrimas.
No son lágrimas de pena. O por lo menos no quiero que sean. Son lágrimas de impotencia porque sigo pensando que ciertas personas no es justo que pasen por algunas situaciones.
También me doy cuenta y sigo alimentándome del buen corazón de todos los que hoy han estado a nuestro lado.
El protagonista indiscutible, el amigo y promotor de todo, el hijo, el amigo del hijo, la mujer del amigo, el hijo del amigo, los amigos del amigo, yo, mi ayudante de la cual creo que me alimento y crezco aún más cada vez que se pone a mi lado.
Todos y todas hemos empezado con muchos nervios, incertidumbre y con ese nudo en la garganta por la situación.
Todos y todas hemos terminado con esa mezcla de cansancio, satisfacción y emoción. Hemos cumplido un sueño, el sueño de una persona que vive una situación tan extrema y complicada como cuando se embarcaba en aquellas vías de escalada y se le echaba el mal tiempo, o como cuando el intento de subir alguna gran montaña se torcía por diferentes circunstancias.
Pero estoy seguro de que ahora estamos todos sentados en el sofá de nuestras casas, descansando, viendo las fotos que hemos sacado en nuestros móviles, recordando ese escalón que nos ha hecho apretar más de lo debido, o ese descenso en el que hemos tenido que sujetar la silla con más fuerza... y sin darnos cuenta de que “Javi” estará con una sonrisa de oreja a oreja, con el corazón agradecido y con la sensación de haber vuelto a ese entorno que tanta paz, tranquilidad y buenos momentos le ha dado.
Ha sido la primera. Ojalá no sea la única. De ellos depende.
Para mí siempre es emocionalmente duro, porque intento ser lo más empático posible con las personas que ponen sus sueños en mis conocimientos y en mis manos, pero cuando te toca un amigo…
No sé si habrá servido de algo, pero lo hemos intentado.
Sigue peleando, no pierdas la ilusión. Mira lo que tienes a tu lado que es mucho y muy grande. Y cuenta conmigo siempre que quieras porque sabes que yo siempre que pueda intentaré estar cerca para ofrecerte lo único que sé hacer.
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